La singularidad de cada ser no reside en su cuerpo o apariencia exterior, ni en su forma de comportarse con los demás o de sus creencias personales, políticas, éticas o religiosas.
La singularidad no se ve ni siquiera reflejada en el espíritu que es la esencia de cada uno de nosotros, sino EN LA ORIENTACIÓN QUE ESTE HAYA TOMADO HACIA LA FUENTE MADRE QUE A TODOS Y CADA UNO DE NOSOTROS NOS ALIMENTA Y NOS SIRVE DE GUÍA, EL DIOS CREADOR.